Soledad Terroba, seguidora del Método FIIT, cuenta cómo la ejercitación y la alimentación saludable la ayudaron a vencer una enfermedad tan fuerte como el cáncer.

Entre las tantas fechas que uno acumula en su andar por la vida, nunca voy a olvidar el 23 de abril de 2015, cuando yo tenía 42 años. Llevaba una vida muy deportiva y una alimentación super sana. Una mañana fui a retirar mis análisis de rutina y lo inesperado se hizo real. Entre aturdimiento y dolor salí del consultorio con la constancia de que tenía cáncer de mama. Los datos técnicos como Luminal A con un receptor del 80 por ciento, los pasé por alto. Lo primero que recuerdo fue decirme a mí misma “esto pasa rápido” y lo repetía como un mantra para que no se me olvide.

Antes de preguntar cómo tenía que prepararme para las quimios y con qué frecuencia serían, le pedí encarecidamente al médico que, por favor, no me quitara la actividad física. En ese momento yo corría carreras de montaña y quería continuar haciéndolo. También iba al gimnasio, donde ya había conocido a Laura Soldano y empezaba a compartir su pasión por la vida fitness.

Fue así como le expliqué a mi médico que lo que a mí me hacía bien era hacer deporte al aire libre e ir al gimnasio. El especialista me miraba con desconfianza, porque la quimioterapia te disminuye las fuerzas, te insume en un estado de fatiga y cansancio, te quita el apetito y difícilmente ese estado sea compatible con la ejercitación. Pero bueno, gracias a mi espíritu positivo, al grupo de amigas que habíamos formado con Laura Soldano y demás compañeras del gimnasio y la condición corporal que tenía, pude continuar con las carreras de montaña, haciendo la quimio cada 21 días. Muchas veces pasábamos mañanas heladas, o cruzábamos por ríos en pleno invierno, hacíamos trekking en suelos muy resbalosos. En mi caso particular, saber que podía dar y sacar fuerzas de mí misma para lograrlo me ayudó a combatir la peor de mis enfermedades.

Por otro lado, tener el apoyo incansable de Guillermo, mi pareja, fue sumamente enriquecedor. En cada batalla que le ganábamos a la enfermedad estábamos juntos combatiendo y cada vez que el cáncer avanzaba un pasito, éramos dos los que uníamos nuestras fuerzas para sostener la lucha.

El cáncer, para mí, fue aprendizaje. Me salvó el cariño de mi gente, el ejercicio y la alimentación saludable. Para el momento en que fui diagnosticada, había cambiado mi alimentación, estaba siguiendo un plan fit donde tenía muy poca grasa. El hecho de tener un hígado cero graso, me ayudó a soportar mejor la quimio. Y gracias a que tenía un organismo saludable y entrenado es que pude continuar haciendo actividad física.

Cada vez que vuelvo la vista atrás y pienso qué es lo que me dejó la enfermedad como lección de vida, siempre llego a la misma respuesta. No hay que esperar a que nos pase algo extremo para cambiar el estilo de vida, si uno lo puede hacer antes, mejor. Una rutina sana es la mejor prevención y el más fuerte de los ejércitos para combatir cualquier enfermedad.

Como consejo a todos los que estén pasando por una situación similar a la que yo viví es que traten de aferrarse a cosas lindas. El cáncer no significa que se termina todo. Pensando en positivo, haciendo las cosas que te gustan, se puede. Hay que darle pelea, es lo que te toca y hay que recibirlo y transformarlo.

En mi caso la solución fue aferrarme a una vida sana.