La vieja frase reza: "desayuna como un rey, almuerza como un príncipe y cena como un mendigo"... ¿qué tan cierto es?

A esta frase se le escapan otras variables, como la composición de la comida, la cantidad de alimentos y si se tiene hambre o no.

No se trata solo de que una comida sea abundante o no. Y el concepto de rey sobre mendigo da referencia a mucho y poco.

Ni hay que desayunar mucho ni cenar poco. En cada comida deben predominar nutrientes. La importancia está en la composición, en la presencia de proteínas, carbohidratos y grasas saludables. Lo que puede variar entre un desayuno y cena es más que nada la proporción de estos nutrientes.

Por ejemplo, durante la mañana hay mayor sensibilidad a la insulina, por lo que es más propicio la incorporación de carbohidratos saludables, mientras que a la noche se pueden preferir alimentos proteicos, fuentes de grasas saludables y vegetales.

El punto de encuentro siempre es la proteína, nutriente esencial que debe estar presente en cada una de las comidas, a partir de las claras, huevos, quesos, carnes, quinoa, etc.

A su vez, la cantidad, momento y hasta la proporción de nutrientes, puede depender de cada persona. Lo principal es adecuarse a los objetivos, ya sean deportivos o físicos, y también a las actividades cotidianas que hacen que debamos acomodar las comidas lo mejor posible.

Un punto que no es tenido mucho en cuenta, es el de comer sin hambre. Si nos levantamos sin hambre podemos retrasar un poco el desayuno, a diferencia de otros días, que si al levantarnos sentimos muchas ganas de comer lo mejor es sentarse y realizar un adecuado desayuno. Se debe tomar consciencia de lo que consumimos y respetar las ganas y el deseo. Comer por comer nos lleva muchas veces a comer de más.

No debemos obligarnos a comer, podemos adecuar la alimentación según nuestra vida.

Eso sí, lo que no se negocia es la calidad nutricional.